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Hielo en el monte de Venus

Hielo en el monte de Venus El otro sábado en una discoteca cool de Atenas, pude comprobar en carne propia que quema mucho más el hielo que el fuego. La historieta en si es bastante tonta pero pasé unos de los dos minutos mas intensos de mi vida.

Estaba en medio del garito con la música house a todo trapo, dos modelitos helenos (chico y chica, bastante definiditos los mozos) subidos en pedestales moviéndose de vértigo y en los controles del audio una tía que parecía una sacerdotisa invocando a algún dios pagano.

No se si fue la paranoia de estar en tierras griegas o es que realmente algo queda de esos ritos, el caso es que entre los tres Gin-Tonic y el paquete de puritos que me había enchufado, estaba en una especie de trance hipnótico.

En la pista el grupillo de Guiris (yo uno de ellos) con el que fui al local, iban a su rollo. La verdad es que no hice mucho intento para integrarme en su movida, creo que estaba tan cansado de ellos, como ellos de ellos mismos. El caso es que después de posar la vista por todas las caras, torsos, labios, cabelleras y miradas que estaban a mi alcance desde el rincón de la barra en la que estaba, mis ojos se fijaron en dos mozas locales que serían de mi edad y con bastantes tablas en esto del culto al tecno. No pude evitar esbozar una sonrisa con cara de complicidad ante la estampa que se presentaba. Un poco después se dieron cuenta de mi presencia y mi mueca se trasformo en clara sonrisa de asentimiento. El caso es que no podía dejar de mirarlas, sobre todo a una de ellas. Se la veía tan cansada como a mi, pero con gesto amable, por eso me gustó. Creo que las molo el tema y se dejaban mirar, supongo que esperaban que moviera ficha, pero al principio no hice ni intento. Estaba feliz solo de mirar. Al ratejo me entró la angustia y me acerqué un poco. Se rompió la magia. Perdí mi atalaya privilegiada bajo el altar de la DJ y me vi en medio del ruedo y sin el capote que te da poder moverte al ritmo de la música.

Y así me pase mirándolas y mirándolas buen rato, alegrándome de no poder bailar, para así excusarme a mi mismo de no atreverme a actuar, pero a la vez angustiado de no hacerlo. Fue horrible estar de figurante y sin un cómplice para intervenir, que contradicción. Un rato después las perdí de vista, para mi desánimo.

Mi rebaño me reclamó para unas fotos de grupo y tras un par de enroques me reubiqué en la pista, esta vez justo de cara a la mesa de mezclas de la sacerdotisa y de espaldas al modelín greco del pedestal. Cuando torcí la cabeza hacia mi izquierda, vi a unos cuatro metros, a mis musas de la noche, sentadas una encima de otra, como si fueran dos niñas. Nuevamente solo pude volver a sonreír y mirarlas con cara de niño malo. Me gire como si no fuera conmigo ( hace falta valor ) y me distraje con la maestría a los platos de la jefa de ceremonia. De repente alguien se chocó conmigo y al volverme a ver por donde me caían los golpes, me encontré con mis dos amigas cara a cara. Le hice un gesto de disculpa y una de ellas me cogió la mano, me puso un cubito de hielo de su copa en la palma y me la cerró. Se situó detrás de su compañera de baile, que era la mas linda y se quedaron danzando frente a mi y yo como un tonto de pie con el hielo en la mano. Rápidamente me vino a la cabeza la imagen de un reloj de arena y tuve la fuerte impresión de que el tiempo que me quedaba para decidirme a achucharla, era el que tardara en derretirse cubito. Mire a mi redil y deseé con todas mis fuerzas que desaparecieran. Las miré a ellas y apretando el hielo, me di cuenta que todavía me quedaba tiempo. Al ser consciente de la situación sonreí de oreja a oreja, tenía dos minutos para lazarme antes de que se deshiciera. Deje de hacer presión con mi mano y noté como me caía el agua entre los dedos. Nuevo vistazo al grupo que empezaba a recoger los abrigos para marcharse. Ahora o nunca, las griegas seguían ahí. Mi favorita a menos de un metro me miraba directamente a la cara y el hielo menguaba por segundos. Las volví a sonreír y ellas respondieron con otra sonrisa. Que se fueran todos que yo me quedaba en mi Parnaso helado. Me tiró de la manga un amiguete, el juego terminaba o empezaba, había que decidirse. Giré la cabeza, las musas se escapaban y en ese mismo instante el trocito de hielo terminaba de fundirse y con el mis dos minutos de purgatorio.

Supongo que si hubiera podido bailar la historia no habría terminado de esa forma (es lo único que puedo alegar en mi defensa), nunca se sabe, no hay mal que por bien no venga, pero esa noche no me quería bien y el frío me quemó.

1 comentario

Juls -

Amore, me ha encantado tu historia. El hielo siempre me ha parecido muy sensual